Manuel Belgrano: diez miradas a doscientos años

Con motivo de la conmemoración de los 250 años del nacimiento y 200 de la muerte de Manuel Belgrano, diez investigadoras e investigadores del Instituto Ravignani proponen reflexionar sobre la actuación del patriota y revolucionario rioplatense, sobre la forma en la que los historiadores han estudiado su figura y el lugar que se le ha dado como prócer nacional.

 

Belgrano, un economista de la monarquía en las fronteras del imperio

Julio Djenderedjian

Destacado representante de la ilustración rioplatense, Belgrano fue también un súbdito íntimamente consustanciado con los objetivos de la monarquía borbónica. En sus obras cuida insistentemente de impulsarlos: sean políticos (como el énfasis en poner bajo control a la población de las campañas), estratégicos (cuando, entre candorosos elogios a la educación o a la agricultura, crea una escuela para la formación de marinos y preconiza el beneficio de lino y cáñamo, materias primas para el aparejo de los buques de la Real Armada), o fiscales (sus sentidas diatribas frente al contrabando generalizado). Ese apego explica en parte su insistencia en soluciones monárquicas, en esencia centralistas e intervencionistas; no es casual así que, como uno de sus muchos legados, varios ecos de su impronta hayan marcado el perfil del país que contribuirá a construir luego de 1810.

Rafael y Tomás del Villar, El Licenciado Belgrano lee una memoria ante el Virrey de Buenos Aires, ca. 1947. Complejo Museográfico Provincial "Enrique Udaondo" (Luján, Argentina).

 

¿Y ahora qué?

Raúl Fradkin

“Desapareció la esperanza de la reforma y ha venido a sustituirla la ejecución de un proyecto fiscal.” Así expresaba Manuel Belgrano su desaliento en una carta que le escribió el 16 de setiembre de 1805 a Manuel de Salas y Corvalán, un destacado letrado que en Santiago de Chile había organizado la Real Academia de San Luis. Su desilusión en 1805 contrastaba con las expectativas que tenía en 1790, tanto las que depositó en la capacidad reformista de la Monarquía como en sus posibilidades de forjarse una “carrera brillantísima”. Ahora, solo cabía esperar circunstancias oportunas “para que se conozca el mérito”. Su desaliento aumentaba porque no encontraba en Buenos Aires ni “patriotismo” ni un gobierno que dirigiera “sus miras al beneficio general” como creía que sucedía en Chile. Para Belgrano ese era el mayor obstáculo pues “Este resorte principal, casi siempre se observa en las Colonias, o mal colocado, o sin la elasticidad necesaria” y en Buenos Aires lo reconocía en plenitud. El futuro era incierto y en los años por venir, la voluntad reformista de este hijo de uno de los más ricos comerciantes rioplatenses, él que había imaginado que lograría hacer carrera en la burocracia imperial, iba a tener que canalizar sus deseos por vías que ni siquiera podía entrever. Los revolucionarios no nacen, se hacen a sí mismos y los hacen las revoluciones.

Johann M. Rugendas, dibujo en lápiz de un retrato de Manuel Belgrano, 1845. Museo Histórico Provincial "Julio Marc" (Rosario, Argentina).

 

El primer desafío de Belgrano en la revolución

Noemí Goldman

En septiembre de 1810 una expedición al mando de Manuel Belgrano se dirigió a Paraguay, adonde sus autoridades encabezadas por el gobernador español Bernardo de Velazco habían desconocido a la Primera Junta y proclamaron fidelidad al Consejo de Regencia. Su deseo de hallarse en un “servicio activo” impulsó a Belgrano a asumir esta responsabilidad mayor delegada por la Junta. Sin embargo, pronto se encontró con la oposición no sólo de las autoridades sino de gran parte de la población. En su autobiografía reconoce que se había equivocado al imaginar “que el partido de la revolución sería grande, muy en ello, de que los americanos al solo oír libertad, aspirarían a conseguirla”. Esta circunstancia llevó a un endurecimiento de las directivas de la Junta. Al mismo tiempo, Belgrano tomó posición ante el comandante de Armas de las Misiones con la siguiente sentencia: a quienes se plegasen a la Junta se les otorgarían los derechos de libertad, propiedad y seguridad, así como la representación política; mientras que a los opositores –españoles o americanos– los esperaba la guerra y la desolación en nombre de la Patria, el Rey y Dios. En 1810 el nuevo orden que asomaba aún no se nombraba con la sola palabra "revolución".

Carta de Manuel Belgrano a Cornelio Saavedra. Cuartel General de Candelaria, 16 de diciembre de 1810. Fondo Dr. Vicente A. de Echevarría, Sección Archivo Documental del Instituto Ravignani.

 

La política indígena de Belgrano en las ʻtierras coloradasʼ

Bárbara Caletti Garciadiego

Cuando Belgrano narró en primera persona su Expedición al Paraguay, en 1814, se encontraba golpeado por las recientes derrotas en Vilcapugio y Ayohuma. A la espera de rendir cuentas ante la justicia -por segunda vez- por su actuación en fracasos bélicos, su relato se explayó en consideraciones militares, apenas aludiendo a las gestiones políticas y diplomáticas. Lo que está completamente invisibilizado en su Autobiografía –pero también en gran parte de la memoria sobre el prócer– es su intento de concitar la adhesión de la población indígena a la causa revolucionaria. Sus esfuerzos se concentraron en las misiones guaraníes que, tras un papel primodial en una primera expansión ganadera, estaban sufriendo un acelerado declive por lo que venían siendo objeto de álgidos debates ilustrados. Además del reconocimiento de Mandisoví y Curuzú Cuatiá como villas, Belgrano redactó, a fines de 1810, un "Reglamento Político y Administrativo y Reforma de los 30 Pueblos de las Misiones" donde retomaba algunas propuestas borbónicas –como la ʻlibertadʼ de las cargas comunales–, pero que inevitablemente serían resignificadas en el nuevo escenario revolucionario. Revisitar su accionar en esta coyuntura nos permite echar nueva luz sobre la política indígena de los dirigentes de Mayo. Una temática no casualmente poco presente en un país que tradicionalmente ha desdeñado e invisibilizado a los pueblos originarios.

Alfred Demersay, "Les Missions du Paraguay", en: Histoire physique, économique et politique du Paraguay... Atlas, 1861.

 

Los colores de la bandera de Belgrano y su sentido político

José Carlos Chiaramonte

Como es sabido, los colores de la bandera que izó Manuel Belgrano en febrero de 1812, colores que se utilizaron en otras regiones de Hispanoamérica, son los de la Orden de Carlos III, como se puede comprobar, entre otras ilustraciones, en el retrato de Carlos IV y su familia, pintado por Goya en 1799 que se encuentra en el Museo del Prado de Madrid, en la Sala Goya. En él se pueden ver las franjas azul, blanca y azul que cruzan el pecho del rey y de su joven heredero, el futuro Fernando VII. Tradicionalmente, se considera que la elección de estos colores traduciría la enmienda hecha por la Primera Junta a la inicial declaración de reasunción de la soberanía por el pueblo, pasando a declarar que el pueblo recuperaba “los derechos originarios de representar el poder, la autoridad, y facultades del Monarca.” Pero podemos añadir algo más: que al elegirse los colores de una institución de la monarquía, Belgrano estaba replicando la postura de la mayoría de los pueblos que decidieron no obedecer al Consejo de Regencia ante la solicitud de acatar su autoridad, fundándose en que eran súbditos de la corona de Castilla y no de la nación española, razón por la cual el Consejo de Regencia, constituido sin su consentimiento, no tenía derecho alguno a reclamar obediencia.

Francisco de Goya, La familia de Carlos IV, 1800.
Museo del Prado (Madrid, España).

 

Belgrano y los pueblos del Interior

Gustavo L. Paz

Creo que uno de los mayores logros de Belgrano en el proceso revolucionario es haber insuflado entusiasmo por la revolución entre los pueblos de lo que hoy es el norte argentino, Tucumán, Salta y Jujuy. Llegó al norte en febrero de 1812, designado jefe del Ejército Auxiliar del Perú, estacionado en Jujuy después de la terrible derrota de Huaqui. Belgrano no conocía ese territorio al que nunca había visitado. Como decía en carta a Bernardino Rivadavia: “U. sabe que no conozco el País, que no conozco a sus habitantes, ni menos sus costumbres y carácter... Crea U. que es una desgracia llegar a un País en clase de descubridor”. Poco a poco, Belgrano comenzó a vencer su original desconocimiento de esa gente, a relacionarse con hombres y mujeres de las principales familias de esas ciudades, a forjar amistades y alianzas políticas con ellos, a designarlos sus colaboradores, a ganarse el respeto de los soldados. Estos apoyos fueron fundamentales en el éxito de las acciones militares que ordenó, en particular la orden de evacuar la ciudad de Jujuy en agosto de 1812 y el amplio reclutamiento de tropas que derrotaron al ejército español en la batalla de Tucumán. Como afirmaba el general José María Paz (en esa época un joven teniente) en sus Memorias, “Hasta que él [Belgrano] tomó el mando del ejército se puede asegurar que la revolución, propiamente hablando, no estaba hecha en esas mismas provincias que eran el teatro de la guerra.”

Carta de Manuel Belgrano a Cornelio Saavedra. Tucumán, 29 de diciembre de 1812. Fondo Dr. Vicente A. de Echevarría, Sección Archivo Documental del Instituto Ravignani.

 

Belgrano y María Remedios del Valle, la "Madre de la Patria"

Florencia Guzmán

El general Manuel Belgrano nombró simbólicamente a una mujer afrodescendiente, María Remedios del Valle, como Capitana del ejército por su valentía e inestimable aporte humanitario auxiliando heridos durante las batallas libradas en esa primera etapa de la Guerra de la Independencia, desde las victorias de Tucumán y Salta, hasta las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. Tal conducta había hecho que antes de ese reconocimiento, la propia tropa la llamara “Madre de la Patria”. Sus hijas, que también prestaron valiosa colaboración a los soldados cuando se libraban combates, fueron junto a su madre las famosas "Niñas de Ayohuma". El mismo Belgrano que, como sabemos, propició la educación de las niñas, actuó con audacia al darle de manera explícita esa dignidad a una persona que, tanto por su condición femenina, como por la calificación de morena o parda que se le atribuía, no hubiese podido tener tan alto destino en una fuerza militar, demostrando su calidad de estadista de ideas avanzadas. Vaya este puntual recuerdo en una etapa en la que las reivindicaciones de género y de raza, por un lado, y la revisibilización de los afrodescendientes, por otro, suman espacio en la agenda historiográfica y cotidiana.

María Remedios del Valle. Autor y origen desconocidos.

 

La memoria material en construcción

María Elida Blasco

En 1897, Ernesto Quesada publicó un estudio sobre las colecciones del Museo Histórico Nacional (1889) y comparó la abundancia de “reliquias de San Martín” con la escasez de objetos personales de Belgrano. Había un anteojo de campo, una pistola, un sable que regaló a Güemes y una carta al Cabildo de Buenos Aires. “Eso es todo… ¿no habrá dejado más recuerdos materiales aquel ilustre argentino?”, preguntaba. Los años siguientes el Museo recibió algunas piezas más y desde 1909 exhibió las rejas, picaportes, puertas y aljibe de la casa natal del prócer ubicada en el centro porteño: eran donación del propietario del inmueble, Julio Peña, quien inició la demolición en presencia el intendente Manuel J. Güiraldes. Otros edificios habitados por Belgrano antes y después de la Batalla de Salta, por ejemplo, yacían abandonados; pero el 25 de Mayo de 1910 Caras y Caretas los fotografió como testimonio, en el marco de la conmemoración. Sucedía que el sentido de asociar la práctica de “recordar” o “hacer memoria” sobre una persona, cosa o hecho del pasado con la materialidad de los objetos, estaba en construcción; y que recién a mediados de 1980 –hace apenas treinta y cinco años– sería recuperado como acepción por los diccionarios de habla hispana.

Catalejo que perteneció a Manuel Belgrano.
Museo Histórico Nacional (Argentina).

 

Un prócer para la Nación Argentina

Fabio Wasserman

José de San Martín y Manuel Belgrano son los dos personajes más importantes del panteón histórico argentino. Esto se puede advertir tanto en el hecho de que sean los únicos cuyos fallecimientos son conmemorados con feriados nacionales, como en su condición de casi indiscutibles en un país en el que hasta las cuestiones más nimias son motivo de controversia. En buena medida esto se debe a su rol protagónico en la revolución de independencia, que es también el fenómeno o el proceso central en los relatos e interpretaciones históricas de la sociedad argentina y que, en buena medida, son tributarias de las biografías que les dedicó Bartolomé Mitre: la Historia de Belgrano y de la independencia argentinay la Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana. Si bien estas biografías monumentales ya casi no son leídas, su impacto no puede ser soslayado ya que fue a partir de las mismas, y sobre todo de la de Belgrano, que desde fines del siglo XIX se fue moldeando la interpretación más difundida de nuestra historia como nación y que considera a la Revolución de Mayo como el momento de alumbramiento o toma de conciencia de la nacionalidad argentina. Cabría preguntarse si Mitre decidió recurrir a la biografía de Belgrano como molde para su interpretación histórica de la Argentina como nación porque ya era considerado un prócer indiscutible o si Belgrano adquirió ese lugar por la influencia que tendría la obra de Mitre en las interpretaciones de la historia nacional. Más allá de las respuestas precisas que podamos darle, y que sin duda deberían incluir elementos en uno y otro sentido, este interrogante tiene el interés de recordarnos que nuestra relación como comunidad con el pasado y las decisiones sobre quiénes y por qué son nuestros próceres, e incluso el hecho de que haya próceres, son también el resultado de una historia. En los últimos años la historiografía promovió una revisión crítica de las interpretaciones elaboradas por Mitre, particularmente de su lectura del pasado en clave nacional. Esto, sin embargo, no implicó un cuestionamiento del lugar que tiene Belgrano en nuestro panteón, el cual parece inconmovible. Ahora bien, si creemos que este revolucionario debe seguir siendo considerado como una de nuestras figura históricas más destacadas y dignas de recuerdo, tal como lo creo, que no lo sea por mera rutina escolar e institucional sino por la valoración crítica e histórica que podamos hacer hoy día de sus ideas, sus acciones y su personalidad.

Portada de la edición de 1859 de Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano.

 

Una reflexión historiográfica sobre Manuel Belgrano

Nora Pagano

Como fuera señalado, existe una profusa historiografía sobre Manuel Belgrano. De ella aludiremos aquí a dos textos sobre el tema, uno liminar: Historia de Belgrano y la independencia argentina de Bartolomé Mitre, y otro casi póstumo: El enigma Belgrano. Un héroe para nuestro tiempo, de Tulio Halperin Donghi. Estos documentados libros nos plantean –entre otras cuestiones–, una de las tensiones constitutivas de toda reflexión sobre lo social: estructura-individuo. En el primero de ellos, Mitre concebía la vida de Belgrano a modo de hilo conductor que le posibilitaba contar una historia más amplia; por otra parte, la elección del personaje le permitía suturar el pasado monárquico con el presente republicano, no solo del “héroe” sino –y principalmente–, de una sociedad. Por su parte, Halperin pensaba a Belgrano en términos de enigma, de personaje con múltiples rostros; reflexionaba así fundamentalmente en el hombre. Dos concepciones que reflejaban, por cierto, momentos históricos e historiográficos distintos: construcción y deconstrucción. Entre ambos, una extensa producción que nos recuerda que toda historia sobre Belgrano es también una parte constitutiva del hombre que conmemoramos.

 

 

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