50 años de "Revolución y Guerra" de Tulio Halperin Donghi

“Este es ante todo un libro de historia política”. Así comenzaba Tulio Halperin Donghi, Revolución y Guerra: formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, cuya primera edición cumple este año medio siglo de vida. De estilo ensayístico, el libro se convirtió luego en texto de lectura obligatoria para la formación de generaciones de historiadores. A partir del análisis de la elite dirigente y los dilemas que ésta debió enfrentar por la revolución y la guerra en las primeras décadas del siglo XIX, Halperin exploró con maestría un amplio coro de actores, problemas y circunstancias que acompañaron ese proceso inaugural. El dossier de difusión que presentamos no es más que una invitación para descubrir y redescubrir Revolución y Guerra a través de las lecturas ofrecidas por historiadores/as formados y en formación del Instituto Ravignani.

Dra. Noemí Goldman (Directora)

 

 

Sobre Revolución y Guerra

Nora Pagano

 

Este año se cumple medio siglo de un clásico de la historia argentina; vista en perspectiva, la obra constituye un parteaguas que marcó un antes y un después en la materia.

Revolución y guerra. La formación de una elite dirigente en la Argentina criolla de Tulio Halperin Donghi, vio la luz en 1972. El texto publicado por la editorial Siglo XXI fue objeto de varias reediciones, la última de las cuales data de 2013/14; allí su autor lanza una interesante mirada retrospectiva. 

Halperin había formado parte de la experiencia “Renovadora” en los ’60 desde donde produjo una parte significativa de Revolución y Guerra. No obstante el libro se difundió más rápidamente a partir de la transición democrática, cuando ya contaba dos décadas de iniciados los primeros esbozos. Por entonces el texto circuló no sólo en el medio especializado sino en varios niveles de enseñanza y fue objeto de múltiples y variadas recepciones.[1]

Cantidad de cientistas sociales y específicamente historiadores/as analizaron de modo erudito esta obra; consecuentemente lo que sigue son sólo algunas reflexiones subjetivas derivadas de su lectura desde una perspectiva centralmente historiográfica. Las mismas se basan en un entramado de textos a través de los cuales (re)pensar ese libro desde un prisma metodológico. Veamos.

El historiador enmarca su obra dentro del territorio de la historia política afirmando que “Este (libro) es ante todo un libro de historia política… Su tema entonces no es muy diferente de algunos que dominaron la atención de los fundadores de nuestra tradición historiográfica”  (1972, p. 7). La pregunta entonces es: ¿cómo un historiador “social” encuadraba su texto en el territorio de la historia política?, ¿cómo concebía a esta última?

En la declaración halperiniana contenida en el  inicio del texto resonaba para mí, el eco de una obra notable de Marc Bloch: Los reyes taumatugos, publicada en 1924, antes de la fundación de Annales. Considerada como una aplicación precoz de la larga duración, de los estudios comparatistas, de los orígenes remotos de la historia de las mentalidades, de la innovación en materia heurística, poco se enfatizó por entonces en su dimensión política. En su “Introducción” el mismo Bloch señalaba: “En suma, lo que he querido dar aquí es fundamentalmente una contribución a la historia política de Europa en sentido amplio, en el verdadero significado de esta palabra”.  Esta perspectiva sería enfatizada por su prologuista J. Le Goff acerca de la importancia de la “nueva” historia política (ed. FCE, 1988, p. 86).

Estos dos casos sugieren al menos dos cosas: una concepción de la historia política superadora de su formato historizante bien definido por F. Simiand, y la necesidad de diferenciar entre objeto y punto de vista. Se pueden explicar las monarquías autoritarias o los orígenes de un nuevo centro de poder político, desde el punto de vista social.

Halperin fue siempre un historiador político, sus indagaciones estaban centradas directa o indirectamente en el Estado, no obstante le imprimió a sus investigaciones perspectivas sociales, económicas, culturales, intelectuales, tal como puede apreciarse en las fuentes utilizadas.Tomemos, por ejemplo, Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino (1982), libro publicado diez años después de Revolución y Guerra y pensado como complemento de este último. Dice allí: “el presente estudio busca examinar en su aspecto fiscal el surgimiento y afirmación de un Estado que tiene por centro a Buenos Aires y que se consolida a través de cuatro décadas de guerras….”.

Probablemente uno de los mayores méritos de Revolución y Guerra haya sido descentrar a la historia argentina de la dicotomía liberal-revisionista, aunque no se privó de ajustar cuentas con el Revisionismo histórico.[2] Asimismo supo articular con destreza diversas perspectivas, pero fue sin duda la labor de los historiadores/as halperinianos/as quienes profundizaron las líneas esbozadas en Revolución y Guerra dando así continuidad y  vigencia a un clásico de la historiografía argentina.


[1]  A manera de ejemplo recuerdo que a mediados de los ’80, quien suscribe era docente del CBC. Un fragmento del libro formaba parte de la biblio de la cátedra de Sociedad y Estado. Ese Práctico en el que se abordaba Revolución y Guerra fue particularmente complejo porque quienes cursaban no participaban de la discusión de un texto tan sugerente; ante mi pregunta al respecto, recibí como respuesta: “sucede que el texto está mal traducido y no se comprende…” Recién a fines de los `90 mediante la obra colectiva Discutir Halperin se intentó un balance de algunas de sus obras.

[2] Recordar que en 1970 Halperin daba a conocer un texto escasamente difundido: El revisionismo histórico argentino, Buenos Aires, Siglo XXI, 1970. Retomaría el tema en 1985 con un artículo aparecido en la revista Punto de Vista en el que adicionaba al título El Revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional (republicado en 2005 por Siglo XXI).

 

 

¿Qué más podrá decirnos Revolución y guerra?

Raúl O. Fradkin

Pido disculpas por repetirme pero no puedo evitarlo y creo, además, que no conviene ocultar las convicciones. Hace muchos años caí en la obvia e inevitable tentación de calificar a Revolución y guerra como un libro clásico. Y por entonces me pareció que la mejor definición que al respecto se podía ofrecer la encontré en Ítalo Calvino: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Casi treinta años después y a medio siglo de su publicación sigo pensando lo mismo de este libro maravilloso que no solo definió buena parte de la agenda de investigaciones posteriores sino que también sigue ofreciendo intuiciones sugestivas y vetas fértiles para ser indagadas. En otra ocasión recordé cómo fue mi primer contacto con este libro en aquellos años de horror y espanto y cuando yo era no solo un estudiante muy poco aplicado sino muy desalentado por los textos áridos y tediosos textos que me veía obligado a leer sobre la historia argentina y que me  dejaban la sensación de estar ante un páramo historiográfico. Frente a ellos, el libro de Halperin era tan fascinante como deslumbrante y desconcertante. Quizás porque no era una lectura obligada sino el fruto de un descubrimiento que hicimos con algunos amigos, por nuestra cuenta y al margen de nuestros estudios formales. Hoy, esa experiencia puede resultarle inverosímil pero fue exactamente así: tenía la convicción que estaba frente a algo completamente distinto a lo que conocía como historia argentina.

La atracción y los desafíos empezaban desde el mismo título y me deslumbró caer en la cuenta de las múltiples formas en que la revolución y la guerra estaban entrelazadas. Sentí también placer al intentar desentrañar las dificultades que ofrecía la lectura y mantengo vívida lo disruptiva que me resultó su manera de narrar y explicar la formación de las clases dominantes rioplatenses. “Una sociedad rioplatense menos renovada que su economía” fue una frase que me costó entender y volví (¿vuelvo?) muchas veces sobre ella porque intuía que en ella había una clave plagada de implicancias y tardé en advertir su inspiración  braudeliana. Toparme con afirmaciones como que “en cuarenta años aparentemente vacíos de realizaciones económicas se pasará de la hegemonía mercantil a la terrateniente” hizo trastabillar convicciones que tenía asentadas sobre un sentido común tan compartido como aparentemente imposible de cuestionar. Y, sobre todo, aquella impecable oración final en la cual Halperin regalaba una síntesis increíblemente precisa de un libro que, por su factura y por su escritura, me parecía completamente refractario a toda posibilidad de síntesis y tornaba inviable mis toscos intentos de resumirlo como estudiante: “Tal como entrevió Sarmiento, la Argentina rosista, con sus brutales simplificaciones políticas, reflejo de la brutal simplificación que independencia, guerra y apertura al mercado mundial habían impuesto a la sociedad rioplatense, era la hija legítima de la revolución de 1810”. Si así era, las preguntas que se abrían – durante mucho tiempo me pareció - eran casi infinitas. Desde entonces, muchas veces volví sobre ese libro y no dejo de volver a él en un diálogo personal, secreto, íntimo y, por suerte, interminable. ¿Qué más podrá decirnos Revolución y guerra? Sin duda, no dependerá de lo que dice sino de las preguntas que le hagamos. Pero, ¿qué más puede esperarse de un libro si tanto tiempo después sigue invitando a interrogarlo y discutirlo?

 

 

La marca del tótem

Gabriel Di Meglio

 

Revolución y guerra es un libro crucial para quienes nos dedicamos a investigar, enseñar y difundir historia argentina del siglo XIX. Se puede escribir extensamente sobre su estructura, su método, sus enormes influencias, la notable vigencia de muchas de sus múltiples interpretaciones y la conveniencia de problematizar algunas de ellas. Pero se nos ha sugerido una reflexión desde nuestro vínculo personal con el libro, y eso haré.

Leí varios capítulos de Revolución y guerra por primera vez en 1993, cuando cursé Historia Argentina I en mi segundo año como estudiante de historia en la UBA. No recuerdo que el texto tuviera el halo especial con el que cuenta ahora. Me sorprendió el contraste entre un título muy contundente, que invita a la lectura antes de conocer el contenido, y una prosa que al principio encontré difícil de seguir. Luego, creo, hay un clic en la aproximación a Halperin, uno entra en su estilo y llega a disfrutarlo. Con el tiempo noté que a nuevas generaciones de estudiantes ese clic les cuesta, y es posible que sea porque las formas estilísticas del ensayo que sostienen a Revolución y guerra están cada vez más lejos de la literatura contemporánea, y también de los tonos austeros de buena parte de la historiografía académica. De hecho, las referencias humorísticas a la escritura del libro, así como a la escasez de citas en sus páginas, son un clásico entre estudiantes y graduados de Historia; me parece que no era tan así en los 90. Hoy el libro es una suerte de tótem endogámico de la comunidad historiográfica.

Una vez que entendí la lógica de Revolución y guerra, primó la fascinación. La apertura con “El Río de la Plata al comenzar el siglo XIX” era relativamente sencilla para quien cursaba en una carrera que por entonces tenía una fuerte impronta de la historia social. Más sorprendente fue la lectura de los capítulos políticos, reveladores de un proceso histórico distinto al presentado por la enseñanza escolar que primero nos forma sobre él.

Mientras leía el libro yo era parte de un grupo de teatro llamado Labola. Actuábamos en distintos lugares pequeños hasta que en 1993 preparamos una obra para presentar en el Centro Cultural Rojas. Éramos alumnos de Daniel Casablanca, de Los Macocos, quien nos dirigió y nos propuso como tema la Semana de Mayo. Trabajábamos con el humor y con la herencia escolar, y usamos manuales del secundario o textos de Levene, Rosa y Ferla. Cuando ya teníamos el guion bastante armado, me llegó en la facultad el turno de leer Revolución y guerra… Me di cuenta de que lo que decíamos estaba todo mal, pero ajustamos algunas cosas y otras no; la obra –se llamó finalmente La Revolución de Mayo. Complicaciones de un parto y estuvo en cartel durante 1994- no buscaba explicar fehacientemente lo ocurrido en 1810. De todos modos, el impacto de la lectura de Halperin fue enorme, me di cuenta de la distancia interpretativa que podía haber para analizar un mismo tema histórico.

Nunca consumí el libro de corrido, siempre por partes. El segundo capítulo lo leí en una sola ocasión, mientras que sobre otros he vuelto decenas de veces. A menudo releo las conclusiones, que son en sí mismas un aporte indispensable, por muchas razones que no puedo desarrollar aquí. Y en particular soy fanático de “La revolución en Buenos Aires”, que me maravilla hoy como el primer día. Es sin duda el texto de historia que más veces leí, para investigar o cada vez que me toca enseñarlo –es tan complejo que no alcanza con usar un apunte. No es fácil abordar Revolución y guerra en clase, ayudar a los estudiantes a entrar en él y analizar la complejidad de los argumentos. Prepararlo insume más tiempo que otros textos de historia.

En “La revolución en Buenos Aires” había una pequeña parte dedicada al papel de la plebe porteña en la política después de 1810, una suerte de coro insoslayable para la elite dirigente en formación. Me despertó mucha curiosidad, ya que la carrera me había vuelto admirador de trabajos de Hill, Thompson, Hobsbawm, Hilton o Flores Galindo, y cruzar esa perspectiva sobre la historia de las clases populares con lo que proponía desde otro lado Halperin, para dilucidar lo que sugería en esas páginas, me pareció estimulante. Preparé ese tema basado en el libro para el final de la materia, y un par de años después empecé tímidamente a dar los primeros pasos para investigarlo. Luego me dedicaría a él por completo, durante mucho tiempo.

Obviamente soy solo uno de tantos que han sido marcados por Revolución y guerra. Y seguro que habrá muchos más. Porque las obras maestras hacen eso: se sostienen en su particularidad frente al tiempo y se perpetúan en los senderos que abren.

Revolución y Guerra: lecturas y relecturas

María Agustina Barrachina

 

La primera vez que escuché hablar de Revolución y Guerra fue en una clase de historia en la escuela secundaria. La profesora nos había dado a leer un fragmento de un texto de Tulio Halperín Donghi que describía el Buenos Aires colonial y nos mencionó que ese historiador tenía una forma de escribir un poco difícil pero era muy reconocido, señalando entre sus grandes obras este libro. Debo admitir que recién fui consciente de su importancia cuando ingresé a la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Allí era mencionado recurrentemente, tanto como un clásico que todo estudiante debía conocer, como por su característica prosa llena de subordinadas que las nuevas generaciones de estudiantes burlaban, ya no solo en conversaciones en pasillos, sino también en foros y redes sociales, mostrándose mucho más irreverentes que su predecesoras.

No animándome a embarcarme sola en sus páginas, mi primera aproximación fue cuando cursé la materia Historia Argentina I en la cátedra de Jorge Gelman. Así, acompañada por las clases llenas de pasión de profesores y profesoras que llevaban muchos años reflexionando sobre un mismo libro, supe que estaba ante una obra de gran envergadura, que combinaba la historia económica y social con una historia política con una gran densidad de análisis. En esta primera lectura me impactó la conjunción de distintas temporalidades en el análisis de la crisis del orden colonial y la inclusión de los distintos espacios en un relato, que no precisaba abundar en citas historiográficas para advertir con quienes estaba discutiendo. De este modo, pude entender la admiración que había despertado en toda una generación de historiadores, comprendiendo que esas temibles subordinadas daban cuenta de la complejidad del pensamiento del autor: a través de ellas, no dudaba en presentar sus hipótesis, matizarlas, y poner a prueba sus alcances y límites, de una manera hasta entretenida con sus ironías.

Un segundo momento en el que volví a leer de manera completa el libro fue cuando comencé a pensar un problema de investigación para realizar mi tesis de licenciatura. En este marco, admiré su forma de analizar minuciosamente la multiplicidad de actores en el juego político y examinar sus opciones y estrategias resaltando la incertidumbre de las distintas coyunturas, sin dejar a la vez de pensar a largo plazo en el proceso mayor de construcción de una clase dirigente y en los legados de la revolución. Al respecto, me resultó cautivante su último párrafo en el que postula que como entrevió Sarmiento “la Argentina rosista era la hija legítima de la revolución de 1810”. En cierto modo, despertó mi interés en profundizar cómo Rosas había logrado instaurar un régimen estable y legítimo en el complejo marco posrevolucionario, lo que me llevó a otros trabajos de Halperín Donghi como Historia argentina. De la revolución de independencia a la confederación rosista, donde advertía el rol de la movilización de la plebe en la dinámica de construcción del rosismo. Por ello finalmente, la relación de uno de los principales sectores que formaba esta plebe, la población parda y morena, con el régimen rosista, fue el interrogante a partir del cual construí el problema de mi tesis.

En nuevas lecturas, otro de los aspectos que rescaté fue su capacidad de tomar ideas y expresiones de las propias fuentes y hacerlas suyas, complejizándolas, como la famosa “carrera de la revolución” a la que aludía Tomás Iriarte en sus memorias. Por otro lado, en paralelo con una revisión más profunda de la historiografía y de los últimos avances en el marco actual de mi investigación doctoral, pude observar cómo algunos problemas que habían sido desarrollados por distintos investigadores e investigadoras, se correspondían con ciertas intuiciones y preguntas que Halperín Donghi introdujo en su obra, incluso algunas veces al pasar.

De este modo, considero que cincuenta años después, Revolución y Guerra sigue siendo una lectura obligada tanto para quienes estén interesados e interesadas en reflexionar sobre los procesos de crisis del orden colonial y la construcción del nuevo orden en la primera mitad del siglo XIX, como para aquellos y aquellas que quieran aprender sobre la forma de pensar un problema y escribir Historia.

 

Preguntas con Revolución y Guerra

Agustín Comicciolli

 

“Cada párrafo del Revolución y Guerra es un proyecto de tesis en potencia”. Esta frase no solo justifica la obligatoriedad de su lectura en sí misma, sino que también encierra la necesidad de pensar de una manera problematizadora el análisis de los procesos históricos que aborda.

El primer contacto con el libro de Tulio Halperín Donghi, publicado en 1972, tuvo lugar durante la cursada de Historia Argentina I, en el 2010, año del bicentenario. Tomando en consideración esto último, la constante aparición de historiadores e historiadoras, en los programas de televisión, que discutían sobre los por qué de la revolución y los destinos de los proyectos políticos emanados a partir de esta me sirvieron de marco para el abordaje del libro.

A primera vista, esa manera de escribir enredada y dificultosa, no hacía más que reflejar la complejidad del fenómeno que el autor observaba. Cada vuelta a su lectura implicaba la confección de nuevas preguntas según las asignaturas que iba cursando: ¿de qué manera el proceso de formación de la élite política revolucionaria porteña tuvo elementos en común con las élites políticas de otras ciudades americanas a principios del siglo XIX? ¿En qué sentido la militarización y ruralización advertidos por Halperín repercutieron en el estilo de gobierno y en los apoyos políticos que las élites del siglo XIX emplearon para afianzarse? ¿Bajo qué parámetros la desarticulación económica experimentada por la guerra y la construcción de un centro de poder político ligado a la economía atlántica delimitó patrones de desarrollo que prosiguieron más adelante, generando beneficios pero también costos?

Al finalizar la carrera de grado, esas preguntas tomaron un curso doble: por un lado, a través de la docencia y, en segundo término, mediante la elaboración de un proyecto de tesis. Al mismo tiempo en el que pensaba cómo trascender los manuales de texto haciendo uso de un libro fundamental de nuestra historiografía, aparecieron los desafíos en torno a la cuestión de la elaboración del estado de la cuestión de la tesis. Esta busca comprender los cambios y continuidades en las prácticas y estrategias llevadas a cabo por los oficiales reales de la Hacienda porteña, con el fin de remarcar en qué medida la administración política de los “dineros del rey” estuvo condicionada por intereses que no siempre coincidían con los de su majestad, pero que, aun así, permitía la continuidad de su autoridad soberana durante la segunda mitad del siglo XVIII.

Retomando esto último, tomé la decisión de abordar el apartado del segundo capítulo del libro, titulado “La Revolución”. Para el aula, el objetivo era percibir a quiénes beneficiaba o perjudicaba el intento de quebrar los lazos con la Metrópoli, tratando de bajar lo complejo del asunto a preguntas más apetecibles para estudiantes que rondan los catorce años: ¿a qué actividad económica se dedicaban los criollos? ¿por qué tras las invasiones inglesas, estos experimentaron un incremento de su poder político? ¿qué pasaba con el virrey en ese momento? ¿qué rol cumplió el Cabildo?, etc.

Para mi investigación, problematizar si la sustitución de una burocracia colonial por otra nueva implicaba el fin de una cultura administrativa ligada al antiguo régimen. Halperín Donghi sostiene que el 25 de mayo de 1810 implicó la apertura para los sectores criollos de lo que “…en expresión llena de sentido, se ha de llamar la 'carrera de la revolución'" (p 167, 1962). La formación de una burocracia nueva aparecía entonces como uno de los cambios más novedosos, pero, también, la fuentes documentales empleadas para mi investigación advertían que la burocracia anterior, los oficiales reales, se encontraba fuertemente articulada con los intereses de la élite local criolla, de la cual formaban parte a partir de vínculos de parentesco, negocios comerciales y conexiones políticas. De esta manera, me vi discutiendo con mis alumnos y alumnas qué sentido ellos mismos le daban al término “revolución”, y si este era el mismo que se podía percibir en ese apartado. Concluimos que esa palabra no solo implicaba un significado de ruptura, sino también, ciertas continuidades que, a pesar de la aparición de nuevos nombres, marcarán la construcción de ese gobierno revolucionario, donde el conflicto entre criollos y peninsulares no responde a una división tan nítida a veces se nos hace creer.

Para finalizar, la obra de Tulio Halperín Donghi no solo es importante para problematizar y reformular las preguntas que los investigadores en formación elaboramos sobre nuestros objetos de estudio, sino también, para enriquecer la manera en que enseñamos y entendemos el fin del orden colonial y el comienzo del republicano, resaltando cómo las transformaciones económicas e institucionales convergen y se tensionan con los designios de una élite política “creada, destruida, y vuelta a crear por la guerra y la revolución”, los enormes gastos que genera la guerra, y la construcción de una nueva estructura administrativa que necesita del conocimiento y pericia de agentes los cuales ya no son mandados por el rey, sino que “crean” para la nueva autoridad soberana. Muchos de ellos, como Juan José Castelli, miembro de una Visita General a la Real Hacienda en 1802, supieron obedecer al rey y luego, servir a la revolución como uno de sus máximos líderes.

 

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Más sobre la obra de Tulio Halperin

  • "Homenaje a Tulio Halperin Donghi", número especial del Boletín Ravignani, 1er. Semestre de 2018. [enlace]
  • Jornadas "Tulio Halperin Donghi y la historia argentina y latinoamericana", organizadas por el Instituto Ravignani en 2016. Video resumen de algunas de las intervenciones. [enlace]
  • Dossier “El siglo XIX de Tulio Halperin Donghi” en Prismas. Revista de historia intelectual, vol. 15, núm. 2, 2011. [enlace]
  • Hora, Roy y Javier Trímboli, comp. Discutir Halperin: siete ensayos sobre la contribución de Tulio Halperin Donghi a la historia argentina. Buenos Aires: El Cielo por Asalto, 1997.