Julio Djenderedjian
La primera serie del Boletín del Instituto Ravignani, cuya digitalización encaramos hace ya casi una década, resultaría incompleta sin la inclusión de las pruebas de galera de un número que permaneció inédito hasta hoy. El mismo ha sido conservado durante muchos años en el archivo del Instituto, y fue rescatado recientemente por quienes en la actualidad están a cargo de su manejo y conservación. Las circunstancias por las cuales este material no llegó en su momento a salir de la imprenta en la forma final en que había sido proyectado han sido ya analizadas en el estudio explicativo que encabeza la versión digitalizada puesta en línea. Nos queda sin embargo detallar, aunque sea someramente, el valor histórico e historiográfico que tiene ese número perdido y recuperado.
En primer lugar, es lógico que el mismo continúe las líneas maestras de los que lo precedieron; también, hasta cierto punto, que muestre algunos de los rasgos que, desde alrededor de 1930, marcaban en la serie una etapa más abierta, o de voces más numerosas. Las mismas se habían ido multiplicando en las sucesivas ediciones anteriores, con la presencia de regiones, temas y autores que estaban ausentes en los primeros números. Esas limitaciones habían sido motivadas, en parte, por el relativamente escaso alcance inicial del grupo de investigadores que lo animaba: los corresponsales (o incluso simples colaboradores) situados o enfocados en otras provincias, eran apenas unos pocos en aquella etapa original. Pero esa relativamente corta trascendencia del grupo en sus horas primeras se contraponía al enorme valor que sus miembros asignaban a la tarea que se habían autoimpuesto: la de escribir Historia apoyándose en métodos y formas científicas de acercarse a las fuentes documentales, expropiándolas a la vez a los aficionados y depositarios poco comprometidos con lo que ellos consideraban la Verdad. En ese sentido, constituían una élite: y tan crucial, que se suponía imprescindible para la construcción identitaria del país, y para poblar las nuevas oficinas públicas a cargo de marcar su rumbo.
Sin embargo esa actitud excluyente había comenzado a cambiar ya antes de transcurrida la primera década de vida del Boletín. La emergencia de aproximaciones a la Historia de tono cada vez más inconformista; un cambiante contexto social y político; y, sobre todo, la ampliación misma del grupo inicial (que, al incluir a miembros que trabajaban geografías, períodos y temas crecientemente heterogéneos, colaban en aquél, de una u otra forma, matices al programa canónico) fueron dando espacio en la revista a textos y autores representativos de un espectro más diverso. A ello, desde ya, colaboraba la magnitud misma del alcance nacional e internacional que el Boletín estaba construyendo: instalada hacia 1940 como una de las revistas especializadas más importantes del área hispanoparlante, no sorprende encontrar en ella colaboraciones de interés continental. En este número inédito, las mismas son destacadas: por ejemplo, la de Emilio Harth-Terré sobre Francisco Becerra, gran maestro de arquitectura de la temprana colonia, con obras de envergadura en México, Ecuador y Perú; o la de Charles Lyon Chandler, historiador y cónsul norteamericano, fundador de la Hispanic American Historical Review. Su erudita contribución tiene importancia política en el contexto de la inmediata posguerra: enfatiza, con gran acopio de datos, los fuertes vínculos panamericanos que, entre los ciudadanos de los Estados Unidos, Argentina y Chile, se tejieron ya en los inicios del siglo XIX. Mostrando la fuerte impronta de un posicionamiento ante el pasado que también buscaba interpelar el presente, los argumentos de Chandler se ven reforzados por otro artículo, escrito por Julián A. Vilardi, sobre el informe del comisionado norteamericano Cesar A. Rodney (1819), que se esmera en destacar la íntima imbricación de ese testimonio tanto con el posterior reconocimiento de la independencia argentina, como con algunos de los personajes notables del Buenos Aires de aquel entonces. No es casual tampoco que se ligue en ese artículo el informe de Rodney al libro propagandístico publicado por Ignacio Nuñez en 1825 (Noticias históricas, políticas y estadísticas de las Provincias Unidas del Río de la Plata), y a la obra de Woodbine Parish (Buenos Ayres and the Provinces of the Rio de la Plata), todos ellos hitos de la feliz experiencia rivadaviana. La reivindicación de esa etapa como la de la consolidación del reconocimiento externo del país independiente exhibe un claro posicionamiento frente a la historia y a la política en la Argentina de 1945, que hacía juego con las alusiones panamericanas en un mundo que se preparaba para la Guerra Fría.
En cierto modo, pueden también leerse en esa tónica el ensayo biográfico sobre Juan Andrés Gelly, de Ramón A. Ramos, que busca resaltar la significación de su figura para varios países sudamericanos; la bibliografía de Mario Falcao Espalter, con una nota preliminar que se hace eco de su carácter humanista vinculado a los dos países del Plata; e incluso el estudio de los aún muy jóvenes Héctor Schenone y Adolfo Luis Ribera, que daría lugar unos años después a su clásico libro El arte de la imaginería en el Río de la Plata. Sus detallados y prolijos análisis de las imágenes religiosas coloniales de Buenos Aires comparten el interés continental por el legado artístico del período hispánico que anima también al trabajo de Harth-Terré. El estudio de Nelly Schaffroth sobre Rivadavia y la mujer en la historia argentina es otra clara restitución con sabor de actualidad; sus puntos fundamentales se reducen a ensalzar las iniciativas culturales y benéficas del prócer, en tanto, según su autora, tenían como objetivo enaltecer el rol de las mujeres en la nueva nación. Se intuye sin embargo el peso del posicionamiento ideológico cuando esa autora justifica esa interpretación apelando a una frase de Rivadavia sobre las damas, de las cuales dijo ser “tan apasionado”.
El resto de los trabajos se encuadra mejor en las pautas más tradicionales del Boletín: se trata de ediciones de documentos diversos, comentadas en algunos casos resaltando aspectos de su valor histórico. Las mismas incluyen la relación de méritos del gobernador Pedro Esteban Dávila, de notable importancia para la época colonial temprana del Río de la Plata; inventarios de los bienes de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca y de Juan Manuel de Rosas hacia el final de sus trayectorias respectivas; una nota sobre las colecciones de folklore de la Universidad, y coloridos fragmentos de un relato de viaje a Montevideo y Buenos Aires en 1834. Pero es el trabajo de Jorge L. Cassani sobre un pleito en Potosí a inicios del siglo XIX el que retrata mejor, al menos en este número, la impronta de los principios de la Nueva Escuela Histórica. A propósito de una inscripción que un cabildante había hecho grabar, en 1801, en un paseo público recientemente construido (y en la que había cometido la vulgaridad de elogiarse a sí mismo), Cassani halla, en el proceso judicial que ese hecho motivó, una oportunidad para enfatizar las condiciones que deben reunir los monumentos e inscripciones destinados a la posteridad, aun (y en particular) desde el momento mismo de su producción. Para él, el documento (monumento escrito), sólo adquiere real valor probatorio de los hechos si hace una circunspecta y objetiva relación de los mismos; y si se atiene estrictamente a la normativa legal que debió encuadrarlo, única vara para entenderlo y conocer sus alcances y sus límites. Se establece de ese modo una clara jerarquía para la información que el documento proporciona, y para el lugar de verdad que en consecuencia le corresponde.
Esa particular visión de los restos escritos del pasado, labrada en torno a la necesidad de alcanzar algo poco menos que imposible (la reconstrucción certera de los hechos) no dejaba de atender, de algún modo, a las aristas menos asibles del proceso. La glosa misma del documento contiene lo necesario para hacernos intuir todo aquello que no está explícito: la ceremoniosa destrucción de la leyenda inscripta, llevada a cabo ante una multitud y al son de música y cohetes, es tanto o más significativa que los argumentos legales vertidos en el pleito; es claro que el énfasis del autor del trabajo está en estos últimos, pero lo anterior no por eso deja de mencionarse.
Este número hasta hoy inédito del Boletín es, de ese modo, un fiel retrato de su época: por la información retrospectiva que provee, seleccionada con el fin de allegar materiales a una particular visión de la Historia; pero, sobre todo, por la forma en que esos documentos del pasado fueron leídos y organizados por quienes los hallaron suficientemente valiosos como para hacerlos conocer. Es claro que desde las páginas de esta revista erudita, sus autores y editores buscaron constantemente apelar al presente que les tocaba vivir; pero además, desde ya, lo que apenas se mencionó al pasar adquiere también valor. Se trata de entender hasta qué punto eso constituía asimismo parte del conjunto de esquivos indicios que daban cuenta del pasado; no haberlos dejado fuera sugiere que de algún modo se apreciaba su importancia. Hoy en día sin duda todo ese material resulta útil; la publicación de este número perdido del Boletín no llena así meramente el espacio que faltaba para completar la primera serie de la revista; el propio número es hoy más bien un testimonio en sí mismo, un testigo privilegiado de la forma en que se hacía Historia por entonces, y de cómo, a través de ella, se transmitía también una escala de valores, y una interpretación de su presente. Agradecemos por su esfuerzo a quienes dedicaron muchas horas de su tiempo a escribirlo, corregirlo, preservarlo y editarlo, en el lejano 1945 y en la actualidad.